MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MISIONERA MUNDIAL 2013
El Año de la fe, a cincuenta años de
distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una
conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión
entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de
territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos
independientes, precisamente porque los “confines” de la fe no sólo atraviesan
lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer.
El Concilio Vaticano II destacó de manera
especial cómo la tarea misionera, la tarea de
ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las
comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo
diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas
pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad
gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el
mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Sanaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como
un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del
mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de
nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio.
Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los
consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la
Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y
formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si
no contiene el propósito de “dar
testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos. La
misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino
también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida
cristiana.
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Párroco
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